Octubre 24, 1993.
- COMUNICACIÓN CÓSMICA 4-
LA IMPORTANCIA DEL CONTACTO.
Vamos a tocar ahora un tema que comúnmente se presenta, tarde o temprano, en la vida de todas las escuelas y que puede llegar a entorpecer el camino de dicha escuela.
Quisiera que cada uno de nuestros lectores se diera cuenta que estas palabras van dirigidas, específicamente, a todos ustedes. Cada estrella es como un pequeño faro de luz que puede alumbrar sus noches de inquietud y confusión, o bien, puede establecer las guías sobre las cuales se centre la actividad de cada organización. Al mismo tiempo, presenta normas y criterios para que cada discípulo pueda definir, de una manera lógica y clara, sus siguientes acciones dentro de la escuela, por el camino que debe ir siguiendo.
Hace muchos años, tantos, que las estrellas que alumbraban el cielo eran otras y los animales que poblaban las selvas eran distintos de los actuales, habitaba una pequeña comunidad, un grupo de seres humanos que se esforzaban por seguir, practicar, conocer y estudiar, las leyes que gobiernan la vida de los hombres y el movimiento de las estrellas. Este pueblo habitaba una región hoy conocida como Egipto, pero, en aquél entonces, muy lejos estaban, todavía, de sospechar que ahí, en sus mismas tierras, en sus mismos jardines, llegaría a florecer un gran imperio. Nos estamos refiriendo a los antepasados de los egipcios.
En esta comunidad, el guía había logrado sembrar en su pueblo las bases de la enseñanza espiritual. El pueblo era un pueblo obediente, armónico, lleno de expectativas por la vida que les esperaba. El guía, hombre anciano ya, se sentía orgulloso de su pueblo, vivían en paz y la agricultura y la pesca eran sus actividades principales y por las que se ganaban el sustento. El pueblo lo escuchaba embelesado por la magia de su verbo, sin embargo, decía el guía, que poco tiempo podía disfrutar de su pueblo, pues era tan avanzada su edad, que sabía muy bien que pronto tendría que partir. En cierta noche, una de sus meditaciones lo llevó a cuestionarse el futuro de su pueblo una vez que él faltara, y una gran voz, proveniente de algún rincón escondido de su propio ser, le contestó:
Está en la ley del hombre, que aquél que sabe más deba enseñar a los que menos saben. Tú lo has hecho y eso te ha congraciado con el cielo, pronto llegará el momento de partir; así pues, elige de entre tus hombres aquél que posea la mayor claridad de mente y el corazón más puro para ofrendarlo en servicio a sus semejantes. Una vez que lo hayas hecho, instrúyelo en los secretos de las enseñanzas y nómbralo, ante el pueblo, como tu sucesor. El guía cerró su meditación y se puso a analizar, uno a uno, todos aquellos que formaban al pueblo.
Cuando su análisis estuvo terminado, llamó ante sí a tres de sus más allegados discípulos, dos hombres y una mujer, todos ellos con edades entre 25 y los 30 años. Una vez reunidos, les habló de esta manera:
- Hijos míos, para nadie es extraño que mi vida se acerca a su fin. He recibido indicaciones del supremo Dios, para entregar mi misión y mi túnica a aquél que sea el más digno sucesor de este sacerdocio.
Los tres discípulos bajaron su frente sintiéndose sumamente pequeños para sustituir a tan gran Maestro. El continuó diciendo:
- Quisiera hacerles una pregunta que dé un poco más de luz a la decisión que debo tomar. Los hizo retirar a todos, menos a uno, y la pregunta la formuló de la siguiente manera:
- Si tú tuvieras que quedarte en mi lugar, ¿cuáles serían las tres acciones más importantes que harías en primer término?
Y el primer discípulo contestó así:
- En primer lugar, pondría una estatua tuya en el centro de nuestro pueblo, como un símbolo que recuerde, permanentemente, tu presencia entre nosotros y todas las bendiciones que nos has entregado. En segundo término, erigiría una escuela grande a donde todos pudieran asistir y en ese lugar, entregaría todas las enseñanzas que tú nos has dado, para hacer de nuestro pueblo el pueblo más sabio de la tierra. Y finalmente, haría que cada uno de los discípulos se entregara por completo a la labor de instrucción, para que esta enseñanza pudiera ser llevada hasta los cuatro rincones del planeta.
Llamó entonces al segundo discípulo, después de haber despedido al primero y le hizo la misma pregunta. El discípulo contestó de la siguiente manera:
- Amado Maestro, ninguno de nosotros es digno de quedarse en tu lugar, pero ya que me preguntas, mi primera acción sería, sin dudarlo, escribir todas tus enseñanzas en papiros y hacerlas llegar a cada uno de los hogares, para que todas tus palabras pudieran ser recordadas a través de los años y, de esta manera, mantener vivo tu recuerdo. En segundo lugar, haría que cada una de las contribuciones de los habitantes de este pueblo, sirvieran para formar escuelas y pondría tantas escuelas como fueran necesarias, a fin de que todos se instruyeran en tus sabias enseñanzas. Y finalmente, yo mismo me acercaría a cada una de las familias, a fin de conocer sus necesidades y poder saber qué parte de tu enseñanza es la que mejor se aplica a cada uno de los hogares.
Así terminó el muchacho.
Y el Maestro, después de darle las gracias, hizo traer ante sí a la discípula, y después de haberle formulado la misma pregunta, ella contestó:
- Maestro, lo que más me interesaría, por sobre todas las cosas, sería tener el mismo contacto que tú tienes con los grandes Maestros. Mi primera acción sería encerrarme en el templo, el tiempo que fuera necesario, a fin de poder hablar, cara a cara, con los Dioses que te han iluminado y una vez ahí, pediría instrucciones directas de Ellos y lo que Ellos me dijeran, constituiría mi segunda y mi tercera actividad.
El Maestro, complacido, puso su mano sobre ella y le dijo:
- Tú serás quien guíe al pueblo una vez que yo ya no esté, porque no es mi intención que el pueblo me recuerde como un ídolo de piedra, o como unos papiros escritos en palabras que puedan ser malinterpretadas; lo más importante, en la sucesión de mi sacerdocio, es transmitir el contacto que hemos logrado establecer con los grandes Maestros de nuestro pueblo.
Y así fue como, una vez que el Maestro abandonó su manifestación terrenal, su discípula recibió el honroso cargo, anunciando que estaría ausente un cierto tiempo, para poder descifrar las órdenes que los Maestros tenían para esa hora. Se retiró en meditación y dejó pasar el tiempo hasta que estuvo segura de que el contacto era fiel y pertenecía a sus propios guías. Entonces, regresó con su pueblo, que ansioso la esperaba, y dictó una serie de acciones que lograron hacer, de esa comunidad, una grandiosa ciudad llena de espiritualidad y de un bienestar total.
Así termino mi relato y quisiera que cada uno de ustedes lo aplicara, cuando sea llegado el momento. Más que recordar la memoria de algún instructor o maestro, es más importante restablecer el contacto que él había mantenido o hubiese alcanzado con sus respectivos guías espirituales.
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